21 de enero de 2011

Vlamir el oso

Foto-montaje de Andrea Bonazzi

Vlamir el oso, así se le conoce por la cordillera. Rara vez es visto en lugares civilizados, pero no hay trampero, cazador o habitante de las montañas que no se haya topado con él en alguna ocasión. Grande y bonachón, protector de la naturaleza y de las gentes que en ella habitan, origen de la mayoría de historias y leyendas que se cuentan en las montañas orientales y en definitiva, un gran misterio.



Algunos dicen que el origen de su sobrenombre proviene de una pelea con un gran oso de las montañas, otros aseguran que no era un oso sino dos. Otros, los más escépticos, aseguran que el sobrenombre le viene por su costumbre de ir cubierto con pieles, lo que sumado a su tamaño hace que de lejos pueda parecer un oso, aunque los osos no llevan armas y él nunca se separa de su gran hacha.

Hacha que, años atrás, luchó en grandes batallas. Vlamir formó parte de la guardia personal del Rey Jowar, era el mas fiero y leal de sus soldados, pero cuando este murió decidió retirarse a las montañas y vivir como un ermitaño. Sus muchas heridas le habían causado mella, pero por cada corte que él recibió cien enemigos yacían muertos en el campo de batalla, por cada gota de sangre que brotaba de sus heridas su hacha cercenaba diez cabezas. Cuentan las leyendas que cuando era herido su rabia y su ansia de sangre se multiplicaban hasta la locura, hasta el punto de haber conseguido que ejércitos enteros se retiraran solo por su presencia en el campo de batalla.

Por todo esto y por muchas otras cosas, los habitantes de la pequeña y tranquila aldea de Miswich estaban boquiabiertos, ¿qué hacía allí Vlamir el oso? Porque esa mole gigantesca no podía ser otro que Vlamir el oso, más de dos metros de pieles y una masa de pelo que apenas dejaban entrever una nariz y un par de ojos que por si solos eran la confirmación de que las leyendas no podían ser exageradas, cicatrices y deformidades que atestiguaban las mil penurias por las que había pasado aquel rostro. La gente se iba apartando a su paso, y, cuando llegó a su destino, se hizo un silencio que no pareció incomodarle lo más mínimo.

La posada de Otak era un lugar tranquilo, con el calor y el deshielo la gente estaba animada, salían de casa y tras sus jornadas de trabajo se reunían allí, la cerveza estaba buena y el estofado tenía más carne que patata, cosa que se apreciaba mucho en la región.

Vlamir se sentó en una silla junto a una ventana, dejó un fardo sobre la mesa y apoyó su hacha contra la pared. Otak se le acercó, Vlamir no les daba miedo, al contrario, era considerado un amigo de toda la gente de las montañas, pero era tal el respeto que infundía que incluso el viejo tabernero no pudo evitar un leve temblor en su voz:

- Se… señor Vlamir es un honor tenerle en mi posada, ¿nos permitirá que cualquier cosa que desee tomar corra por cuenta de la casa?

- Que sea una buena jarra de cerveza y uno de esos estofados. – dijo Vlamir señalando un plato en una mesa cercana.

Nadie se le acercó ni él hizo ademán de querer hablar con nadie. Comió y bebió durante un buen rato y luego se marchó, tal como había llegado. En silencio.

Se dirigió al noreste, de nuevo hacia las montañas. La gente en las calles se había multiplicado, la vida en las montañas era muy aburrida, y que Vlamir estuviera en su pueblo era todo un acontecimiento. Pero Vlamir se fue y nadie supo porque había bajado hasta allí para beberse una cerveza y comerse uno de los estofados de Otak, uno de los famosos y populares estofados de Otak a partir de aquel momento. Tampoco nadie pudo ver, por culpa de la maraña de pelo que era su espesa barba, que Vlamir se alejaba del pueblo esbozando una gran sonrisa.

No caminó mucho antes de que una voz llamara su atención, hubiera sobresaltado a cualquier otro, pero a él no.

- ¡Vlamir!

Una figura encapuchada salió de entre las rocas que había junto al camino, cuando retiró su capucha se mostró un rostro castigado, era un hombre pequeño y enclenque en comparación con Vlamir, aunque era grande y fuerte comparado con cualquier otro. Iba ataviado con una gruesa capa de viaje y con ropa hecha jirones, de su cinto colgaba una larga espada y sobre sus hombros una pesada bolsa. Se dirigió lentamente hacia Vlamir, visiblemente fatigado.

- ¡Arik! ¡amigo mío! – Vlamir esbozó nuevamente una sonrisa y se dirigió hacia él.

- Vlamir, me alegra mucho volver a verte, perdona que no haya podido llegar hasta el lugar donde debíamos reunirnos.

- No te preocupes, aquí estaremos bien, siéntate y cuéntame, ¿has llegado al otro lado?

- Si Vlamir, ojala no lo hubiera hecho pero lo hice.

- Te dije que la cordillera escondía secretos que no son para nosotros, pero cuéntame, ¿qué viste?

Arik cogió la bolsa que colgaba de sus hombros y la dejó en el suelo, mientras lo hacia su rostro se torció en un gesto de dolor.

- Viajé durante veinte jornadas sin parar de subir, el mal tiempo y el hambre empezaban a hacer mella en mi cuando llegué al primer paso, por fin parecía que podría atravesar las montañas, pero se me había acabado la comida y la caza era inexistente a tanta altura, decidí seguir adelante con la esperanza de que al otro lado habría algún valle, la bajada seria rápida y podía aguantar unos días sin comer, por suerte el agua, en forma de nieve, no es un problema en las montañas. Me adentré en el paso pero era interminable, grandes picos sobresalían a derecha e izquierda y el camino serpenteaba entre ellos, no dejando ver lo que me esperaba mas adelante. No se cuentos días deambulé por ese sendero, solo la desesperación y la imposibilidad de regresar vivo me hicieron seguir adelante, hasta que lo vi. No me he vuelto loco Vlamir, te voy a contar lo que vi con el mayor detalle posible, y amigo, se que no te lo creerás, pero he traído pruebas de la amenaza, pruebas de los seres que se esconden mas allá de esas montañas de la locura.

- ¿Qué viste Arik?

- Las montañas se abrieron sin previo aviso, dejando paso a una visión que nunca me podría haber imaginado y que ahora nunca podré borrar de mi mente, efectivamente y tal como había pensado días antes el sendero me llevó hasta una hondonada, pero teniendo en cuenta que el sendero prácticamente no descendía y que el valle estaba poco mas abajo de donde yo me hallaba debía ser un valle a una gran altura, todas las montañas que podía ver estaban alrededor mío, ni a derecha ni a izquierda de aquella gran extensión pude ver ninguna montaña, hasta donde mi vista alcanzaba era llano, un suelo negro como la noche, humeante y repleto de extrañas edificaciones. Aunque no se si llamarlo edificaciones es correcto, no eran construcciones que pudieran ser llevadas a cabo por las manos de ningún hombre, eran protuberancias colocadas sin ningún tipo de criterio, como si el suelo fuera orgánico y estuviera repleto de verrugas con ventanas, minaretes, almenas y otras formas de las que no fui capaz de imaginar su función, algunas de ellas situadas en posiciones imposibles pero perfectamente estables, como si todo aquel caos estuviera estudiado y planificado, no tengo palabras para describirlo que se acerquen ni de lejos a lo que tengo grabado a fuego en mi mente. Entre las edificaciones, en enormes extensiones de terreno, podía ver formaciones de lo que entonces pensaba que serian personas, parecía un ejercito, muchos ejércitos, formando en unos sitios, montando máquinas de guerra en otros, eran miles, cientos de miles de personas, como si de un hormiguero se tratara, no podía salir de mi asombro.

Vlamir escuchaba con atención las palabras de Arik, nadie hubiera sido capaz de decir en aquellos momentos si su mirada era de incredulidad, de compasión o... de nostalgia.

- Estaba maravillado y asustado por lo que tenía delante de mí, incluso llegué a plantearme si eran el hambre y el frío lo que me estaban haciendo ver cosas que no existían. Pude ver algunas jaulas en las que parecía haber gente encerrada, y personas trabajando a golpe de látigo en alguna de las edificaciones… y Vlamir, esta es la parte fácil de creer de mi historia, ahora viene lo increíble.

Arik hizo una breve pausa, como intentando ordenar sus pensamientos o intentando buscar la manera de darle forma de palabras a estos.

- Antes de llegar a todas estas edificaciones había un montón de escombros, o lo que yo creía que eran un montón de escombros hasta que empezaron a moverse. Era algo horrendo e indescriptible, grande como dos mamuts, una forma bulbosa del color del vino agrio, con centenares de ojos verdosos que aparecían y desaparecían continuamente por toda la superficie de su cuerpo, un habitante de las profundidades que vigilaba sin cesar a los esclavos que tenía mas cerca y que chillaba grotescamente unas palabras que escucharé en mis pesadillas durante el resto de mi vida: ¡Tekeli-li! ¡Tekeli-li!

- ¿Estás seguro de eso? ¿Has dicho que traías pruebas?

- Si, un gruñido llamó mi atención, a pocos metros por encima de mí, a mi derecha, vi la silueta de lo que parecía un hombre de gran tamaño, pero no. Era un buey erguido sobre sus dos patas traseras, Vlamir, sé que no te lo creerás pero era el doble de alto que yo y prácticamente triplicaba mi envergadura, iba armado con un hacha y cuando la alzó prácticamente eclipsó el sol que tenía a sus espaldas, de un salto se abalanzó sobre mí. Me subestimó, mis años de experiencia en el campo de batalla tomaron las riendas en ese momento, pues mientras creía estar paralizado por el terror mi espada ya había sido desenfundada, aproveché su propio salto para ensartarlo, la inercia y su peso me tiraron al suelo pero el monstruo quedó inerte, noté sobre mis brazos el calor de su sangre y me di cuenta de que lo había matado. Me costó trabajo quitármelo de encima y darle la vuelta, su rostro era horroroso, estaba cubierto de pelo y de su boca sobresalían unos largos colmillos, que empequeñecían en comparación con los enormes cuernos que tenia a los lados de la cabeza, era un ser infernal, una aberración demoníaca Vlamir, y entonces me di cuenta, había cientos de miles como él allí abajo, preparando máquinas de guerra y formando ejércitos, ¿para qué? ¡Van a invadirnos!

- Arik…¿has traído pruebas?

- Si Vlamir, no pude hacer otra cosa que decapitar al monstruo y vaciar mi bolsa para cargar con su cabeza, sabía que sin pruebas físicas nadie me creería. Luego lo despellejé y cogí carne para el viaje, aunque me adentré mucho en el sendero antes de encender un fuego para cocinarlo, hasta entonces el miedo podía más que el hambre.

Vlamir se puso en pie y, con gesto conciliador y tranquilo, ayudó a levantarse a Arik. Luego se fundieron en un abrazo.

- Arik amigo mío.

El fuerte crujido hizo que Arik abriera los ojos de manera desorbitada, mientras Vlamir cerraba los suyos con el rostro apesadumbrado.

Vlamir volvió a dejar el cuerpo de Arik en el suelo, su cabeza colgaba de forma poco natural.

- Esta no es vuestra guerra, ni lo será en muchos años. Pensaba que no llegarías allí, sino ten por seguro que no te hubiera dejado ir.

Se acercó a la bolsa y la abrió, no pudo evitar esbozar de nuevo una sonrisa cuando vio el contenido, sacó de su interior un casco adornado con unos largos cuernos y lo volvió a guardar.

- No fueron ni el frío ni el hambre los que te volvieron loco, buen amigo, fue la altura. La altura de nuestras murallas es nuestra mejor protección, por eso este lado del mundo nos interesa tan poco. Algún día será nuestro, pero nuestros señores Antiguos son pacientes.

Vlamir el oso miró las enormes montañas que se alzaban ante él, cargó la bolsa sobre sus hombros y caminó hacia ellas. Le quedaba tanto trabajo por hacer…

Tristan Oberon, 2008

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