23 de febrero de 2018

Un hombre, en un acantilado, mirando hacia el mar


El rostro del antílope se contorsiona mientras atraviesa a toda prisa el paisaje que se va difuminando ante él, dos veloces criaturas le persiguen sin tregua, ¿sabrá que está muerto? En cualquier caso eso no le impide seguir avanzando, ¿y ellas? ¿lo saben?

El abrigo de piel le sentaba de maravilla a su cuerpo desnudo, en cualquier caso era piel sintética, ninguna leona había sufrido para vestir el precioso cuerpo de su esposa, ¿acaso se hacían abrigos de piel de leona? Apartando esa estúpida reflexión de su mente apagó la televisión y se centró en disfrutar del cuerpo escultural de la mujer que iluminaba sus sueños, su vida.

Se levantó excitado, acarició sus firmes y generosos senos con pasión y la besó profusamente mientras sus cuerpos danzaban hacia el sofá, fue un baile de vida, una cópula que llevaría a la gestación de su hija, un sueño hecho realidad que no hacía más que incrementar la enorme felicidad que crecía sin límite en su interior, fueron días increíbles.

Y ahora es solo un hombre, en un acantilado, mirando hacia el mar.

Entre sus dedos aquel abrigo, ahora convertido en restos harapientos, cubriendo su rostro e impregnándose de lágrimas, las lágrimas de un hombre destruido, de un hombre que había alcanzado la cúspide de la felicidad humana sólo para acabar perdiéndolo todo. El abrigo cubre los restos inertes de un feto humano, las lágrimas del hombre se mezclan con fluidos de origen desconocido, algo negro y viscoso que forma una inverosímil paleta de no color realzada por la luz de una luna melancólica que contempla imperturbable la escena.

Una mano se posa sobre su hombro, sobresaltándole, se gira para enfrentar su mirada a la de un rostro cadavérico, un rostro que sería una versión negra y gomosa del de su amada esposa, un aterrador reflejo de aquel bello rostro por el que sintió un amor incondicional. Tras su alada figura una mansión en ruinas, el hogar familiar que debía ver crecer a su hija y colmar de felicidad sus ahora destrozadas vidas.

Él asiente, ella también.

Le entrega el abrigo con su hija no nata y da un paso hacia el precipicio.

Ella también.

El rostro del hombre se contorsiona mientras atraviesa a toda prisa el paisaje que se va difuminando ante él, dos veloces criaturas le persiguen sin tregua, ¿sabrá que está muerto? En cualquier caso eso no le impide seguir avanzando, ¿y ellas? ¿lo saben?

Algún día despertará entre sollozos, con el rostro inundado en lágrimas y el corazón a punto de salirse de su pecho. Junto a él su esposa yacerá sobre un charco de sangre, con los ojos abiertos pero sin vida, el hombre notará que sigue cayendo aún estando despierto, pero a pesar de ello y del llanto desconsolado recorrerá con su mirada el cuerpo inerte, su rostro, sus turgentes senos, los llantos no cesarán, su abultada y desnuda barriga, seguirá descendiendo con la mirada hasta llegar a un sexo ensangrentado del que sobresaldrá una pequeña aberración negra como una noche sin estrellas, descubrirá aterrado, enloquecido...

Que los llantos no son suyos.

Tristan Oberon, 2017

PS: Este relato lo escribí por una iniciativa (una más) de Leyenda.net, lo que empezó naciendo como un interesante club de escritura se acabó convirtiendo en un experimento bastante curioso...

PPS: Más relatos aquí, que aunque hacía años que no escribía nada ya he acumulado unos cuantos. Y además hay algunos que no son míos, que este blog es muy abierto :)


3 comentarios:

Pirates! dijo...

i per qyè no una història d amor impossible amb estil Lovecraft . Cthulhu també pot estimar

Pirates! dijo...

tipus crepusculo, love letter i 50 de Grey

tomasofen dijo...

Ya te lo dije, pero se repite las veces que haga falta: ¡Grande!